5/10/12

Del microtexto al yo por Gabriel Zaid

Los primeros textos fueron breves, orales, anónimos. Estas características tuvieron evoluciones separadas, en un largo proceso que va de la creación anónima al protagonismo del autor, de la oralidad a la escritura, del microtexto a las obras completas.
 
Hace cuatro o cinco mil años, en Mesopotamia y en Egipto, aparecieron los primeros escritos que no eran mensajes o documentos: conjuros, cantos rituales, invocaciones para conservarse en las tumbas y acompañar a los muertos. Fueron anónimos y breves, aunque hay tabletas sumerias firmadas por el escriba, sin que esto implique necesariamente que se trata del autor (el copista de un escrito medieval, la taquígrafa de un discurso parlamentario, también pueden firmar). Hace tres o cuatro milenios, en Mesopotamia, se compusieron los primeros textos largos (Gilgamesh, Enuma elish), todavía anónimos y orales. Hace unos veintiocho siglos, en Palestina, el profeta Amós escribió el primer texto de un autor que se dirige al público; y hace unos veintisiete, en Grecia, Hesíodo escribió en el mismo caso. Tanto Amós como Hesíodo dejaron en sus textos (que ya no fueron breves, orales ni anónimos) alguna referencia a sí mismos. Con ellos empezó la presencia temática del autor en su propia obra.

Orígenes del texto
¿Resulta excesivo decir que la simple unión de dos palabras puede crear un texto original? Tan excesivo como suponer que hay una longitud mínima para que un texto lo sea. Hay poemas de unas cuantas sílabas (Montale: "M'illumino d'immenso"), relatos de unas cuantas palabras (Monterroso: "Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí"). Hasta se pudiera argüir que hay tejidos conceptuales (textos) creados con una sola palabra, como ecología (de Haeckel, 1869), eugenesia (de Galton, 1883), genocidio (de Lemkin, 1944), cibernética (de Wiener, 1948).
 
Unir dos o tres palabras puede ser más creador que muchas obras completas. Cuando Descartes, por primera vez en la historia, habla de una moral provisional (Discurso del método, III), crea un concepto inédito de moral, por el simple hecho de adjetivar de manera impensable. Sustituye los mandamientos (divinos, sociales, tradicionales) por valores elegibles, reglas que una persona se propone seguir. Para llegar a esto, pasaron años de reflexión y crítica; pero la creación de la frase "morale par provision" seguramente fue instantánea. Así vinieron las palabras, en una combinación inesperada; y vio que estaban bien, al salir de sus manos o pasarle por la cabeza.
 
Hay una vis exploratoria de las palabras mismas. Se buscan, se encuentran, pueden ser felices. ¿Es una vis molecular, que empieza con las sílabas que forman palabras; y antes aún, con los fonemas que forman sílabas? En este nivel mínimo, donde ya no hay texto, ni creación personal, sigue habiendo creación (lingüística). No todas las posibles combinaciones de fonemas forman sílabas, ni todas las posibles combinaciones de sílabas forman palabras. ¿Por qué unas sí y otras no? Quizá los lingüistas, como los químicos, lleguen a descubrir el secreto de los ligamentos entre fonemas: cuáles tienden a formar combinaciones estables y cuáles no, en qué orden; así como el secreto de las sílabas que forman palabras, con las complicaciones que impone la derivación etimológica y gramatical (sobre lo puramente prosódico) y las simplificaciones que impone la economía verbal. No hace falta decir que el nivel siguiente (el secreto de las combinaciones de palabras en sintagmas estables) se complica todavía más, porque se trata de la producción de frases con significado.
 
Nadie sabe cómo ni cuándo se crearon los primeros textos. Unir palabras al hablar es normal y creador, aunque no sean más que frases útiles para el caso, completamente efímeras. Pero, de vez en cuando, se produce una combinación tan notable que llama la atención de los hablantes. Hace que se distraigan del asunto que están tratando, para fijarse en las palabras mismas. Y es posible que la expresión feliz se grabe en la memoria como un sintagma memorable que empieza a circular de boca en boca. La dicha de lo bien dicho puede crearse sola, y el lector que se fija en esa felicidad y, para repetir la experiencia, fija la secuencia nacida espontáneamente, crea el texto.

Hay una extensa literatura microtextual, poco estudiada como literatura, porque sigue siendo en gran parte oral, anónima y breve. ¿Qué hacer con los refranes? ¿Son creación léxica o literaria? ¿Son parte del folclor o la literatura? ¿Son historiables, analizables literariamente? La historia se concentra en las obras escritas por autores reconocidos, no en los microtextos anónimos y orales. Además, la escala es un criterio poco usual en los estudios literarios, aunque de hecho es determinante en la fisonomía de las obras, como es obvio en los casos extremos: el epigrama frente al poema largo, la short short story frente a la novela río. Por esta fisonomía, los microtextos tienen un aire de familia. ¿Son un género? ¿Son variantes de los géneros conocidos? El poema y el cuento mínimos hacen pensar en esto. Pero ¿cada aforismo hipocrático es un tratado médico en pequeña escala? Las anécdotas, ¿son historia? Las adivinanzas y los chistes, ¿a qué corresponderían? Curiosamente, en el caso de los microtextos, hay una extensa nomenclatura para los subgéneros, pero el género mismo no tiene nombre. No se ha reconocido que la brevedad (perfecta para la memoria) les imprime un carácter genérico: reduce las opciones de construcción, limita la información manejable, tiende a lo redondo, a la vivacidad, requiere unidad de sentido (sostenerse aparte), exige rasgos (prosódicos, semánticos, imaginativos) memorables y culmina en la gracia para decir las cosas, a pesar de tanta economía. De ahí resulta el aire de familia.
 
Algún día se estudiará lo que tienen en común el adagio, la adivinanza, la anécdota, el anuncio, la copla, el chiste, la cita, la calavera, la cuchufleta, el cuento mínimo, la dedicatoria, el dicho, la divisa, el ejemplo, el epígrafe, el epigrama, el epitafio, el estribillo, la frase célebre, la greguería (inventada por Ramón Gómez de la Serna), las idées reçues (señaladas y, así, reinventadas por Gustave Flaubert), el improperio, la jaculatoria, el jingle, el juego de palabras, el lema, el lugar común, la maldición, la moraleja, la ocurrencia, la parábola, el piropo, la plegaria, el poema brevísimo, el proverbio, la receta, el refrán, el slogan, el tópico. Lista que puede continuar. Limitándose a los microtextos del saber, hay también aforismos, agudezas, apotegmas, axiomas, conceptos, consejos, declaraciones, definiciones, enunciados, filosofemas, fórmulas, máximas, nociones, pensamientos, postulados, preceptos, principios, proposiciones, reglas, sentencias, sutilezas.

Dicho sea de paso: el estudio de esta literatura puede tener aplicaciones prácticas para el aprendizaje literario. La brevedad tiene dificultades útiles para aprender a escribir, y facilidades también útiles: la obra es abarcable de golpe, observable desde todos los puntos de vista, fácil de escribir mil veces, a diferencia de una novela. Los talleres de poesía, cuento, ensayo, novela, teatro, se facilitarían con un taller previo, dedicado al arte de escribir frases memorables.

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