26/10/11

El retorno de Homero, por Guillermo Sheridan

Ya en un escrito he comentado el intrigante desdén que el mexicano promedio muestra hacia los libros (“La lectura en México”, en línea). Evocaba un estudio de la OCDE que mostraba que el compatriotaje lee un promedio de 2.8 libros al año y que el 40% no ha puesto jamás los pies en una librería.

Supongo que es deplorable, pues la idea de que entre la lectura y la calidad de vida hay una relación directa es más o menos aceptada como una verdad incuestionable: el libro, se supone, abriría al ciudadano la puerta de la curiosidad y de la crítica y lo haría actor de una colectividad mejor y más civilizada.

Desde luego, no escasean quienes interpretan este mexicano desprecio a la lectura como el resultado de una maquinación calculada para perpetuar su ignorancia y, con ella, su sujeción al nefasto “poder”. Tal convicción fue arrasada por un ensayo de Gabriel Zaid que muestra que el 18% de los mexicanos decorados con un título universitario tampoco ha entrado, jamás, a una librería (“La lectura como fracaso del sistema educativo”, en línea). Lo anterior conduce a una conclusión apabullante: en México, las personas “ilustradas” son más ignorantes, inclusive, que los ignorantes.

Llevamos casi 100 años tratando de conseguir que los mexicanos se acerquen a los libros. No ha servido de mucho. Zaid cita un estudio de Fernando Peñalosa sobre la industria editorial que aporta un indicador elocuente: en 1950 había 150 librerías en el DF; en 2005 hay el doble, pero hay seis veces más habitantes. Las abundantes iniciativas, heroicas algunas, para crear lectores; las ferias de libros que se multiplican, ¿servirán para algo más que consolar las buenas intenciones? La “crisis de la lectura en México” es un tema que, quizás, ha sustituido al de la lectura en México: discutir por qué no leemos ha generado una suerte de industria paralela, más encomiable y productiva que la de la lectura.

“Lo que este país necesita es ponerse a leer Ilíada”, le dijo famosamente José Vasconcelos al general Obregón. Qué ocurrencia conmovedora y extraña la de ese cerebro misionero y prodigioso, ese sistema de ideas fantásticas, soberbia prosa y militancias contradictorias que fue Vasconcelos, para quien la necesidad de “desanalfabetizar” a México y ponerlo a leer era una “emergencia histórica”.

Ya al frente de la SEP, puso manos a la obra y calculó una colección de 100 títulos que habrían de servir para conducir a los mexicanos hacia la igualdad y la libertad. De la mano de -entre otros- Esquilo, Eurípides, Platón, Dante, Goethe y, desde luego, Homero, el mexicano accedería a la libertad y a la igualdad, a la conciencia de pertenecer a la cultura de occidente.

Muchos, en 1921, se burlaron de la empresa y la consideraron utópica, poco práctica y hasta delirante. Quizás tenían razón: ¿no son acaso las causas imposibles las únicas que valen el esfuerzo? Vasconcelos tachó a sus críticos de “intelectualillos despechados”. El proyecto se detuvo a medio camino y, años después, en El desastre, un tomo de sus maravillosas memorias, Vasconcelos resumió: “Así fallan, oh Patria, los esfuerzos de tus hijos mejores, aplastados por la política que otorga mando a los imbéciles y malvados”.

En fin, que aquellos legendarios “libros verdes” de Vasconcelos reviven hoy en una espléndida edición facsimilar, publicados por el Fondo de Cultura Económica, la UNAM y la SEP. Su tiraje, pragmático y realista, es mucho menor al de Vasconcelos, que mandó tirar 25 mil ejemplares de cada volumen.

Vasconcelos quiso acercar a los mexicanos a Homero. Luego de 40 años de impartir clases y 30 de escribir libros no deja de divertirme que, para el 99.9% de mis compatriotas, Homero es el nombre que sólo antecede al apellido Simpson…


El Universal, 25/10/2011

12/10/11

Reseña histórica: La enseñanza de la lectura en México

Este anexo, que forma parte del informe sobre los resultados en México del estudio PISA 2009, está integrado por dos temas. Inicia con una reseña sobre cómo ha sido la enseñanza de la lectura en México desde la época independiente hasta el momento actual, y muestra las relaciones entre los procesos de PISA y los contenidos curriculares de los nuevos programas de estudio de primaria y secundaria de la Reforma Integral de la Educación Básica.

5/10/11

Sobre didáctica de la literatura y teoría literaria

Este trabajo, que aborda, entre otras cuestiones, la de las relaciones de la teoría literaria con la didáctica de la literatura, parte de aquellos momentos del siglo pasado en que se asienta, a la par que el sistema educativo de la modernidad, el paradigma positivista para la enseñanza de la literatura, y afronta, además, de un lado, la situación actual de la literatura en las aulas, teniendo en cuenta primordialmente la revisión a que está siendo sometido el mencionado paradigma positivista; y, de otro, plantea al lector alguno de los aspectos que debiéramos tener en cuenta a la hora de establecer las pautas sobre las que levantar el edificio de la didáctica de la literatura, con especial mención al papel que ha de jugar en el futuro de la misma la teoría literaria.

El propósito del trabajo es continuar una línea de pensamiento ya iniciada en artículos previos. A través del mismo, se pretende consolidar las ideas concernientes al área de conocimiento que supone la Didáctica de la Lengua y la Literatura. El eje central del discurso se sitúa en el necesario eclecticismo disciplinar para lograr que el área tenga una coherencia en cuanto a planificación y actuación sobre la acción educativa. Son varias las disciplinas que confluyen en Didáctica de la Lengua y la Literatura, entre ellas, la Filología, la Pedagogía, la Sociología, la Antropología y la Psicología. Se realiza una aproximación a cada una de estas disciplinas y esbozaremos las directrices futuras por las que puede discurrir el área.

La crítica literaria se ha convertido en estos últimos años en un mundo auto-suficiente. Los propios creadores han ejercido de críticos, opinando de sus obras y también sobre las ajenas. Esta actitud ha provocado enfrentamientos entre ciertos críticos, que temen verse desplazados de su parcela, y algunos creadores, que extienden así su propio campo de visión. El crítico es un mediador entre el autor y el lector. La actitud del crítico ante la obra es diferente a la de un simple lector, de ahí que debamos aprovechar esta circunstancia para abrir nuevos caminos en el estudio de la Didáctica de la Literatura.